En Auschwitz los judíos se preguntaban ¿dónde estaba Dios, su dios, ante el Holocausto? porque en esos momentos la divinidad en la que depositaban su esperanza parecía que se había olvidado de ellos.
Años más tarde, ningún experto religioso o creyente alguno tiene una respuesta definitiva ni satisfactoria ante el silencio de Dios. Nadie puede explicar, con lógica teológica, cómo es que un dios omnipotente pudo permitir una masacre tan indiscriminada…
Hoy, en el dos mil veinte y en medio de la pandemia por el COVID-19, creo que esta pregunta, con los matices históricos pertinentes, puede y debe volver a surgir.
¿Por qué dios lo permite y calla ante el sufrimiento? ¿Es un castigo?
No lo quiero abordar desde un punto de vista teológico sino trascender el punto un poco más allá. Evidentemente, una pandemia no es ningún castigo divino. Ni para creyentes ni para los ateos o para los alejados de dios.
Somos, como especie, vulnerables, y un virus tarde o temprano hace su trabajo (peste negra, sarmpión, gripe española…). La historia nos lo ha mostrado antes, nos lo demuestra ahora y, nos guste o no, lo volverá hacer en un futuro.
Es parte de la vida, es parte de nuestra propia existencia. Lo único que cambia, ahora y lo hará en el futuro, será la velocidad de expansión puesto que cada vez estamos más interconectados, y eso es para bien y para mal, los costes de la globalización.
Por su parte, algunos creyentes quieren vivir la cuarentena mundial como una oportunidad para acercarse a la divinidad pero, aunque es verdad que detener parcialmente al mundo ha ayudado en muchos aspectos (se ha reducido la contaminación, el estilo de vida ajetreado se ha desacelerado, la educación en línea y el uso de herramientas para comunicación remota está floreciendo…) esto tampoco es, de ninguna forma, el consuelo ideal frente a la situación.
Así, creyentes y no creyentes, nos preguntamos (asumiendo su existencia para fines literarios):
¿Dónde está Dios?
Una pregunta difícil de responder, para religiosos y para escépticos. No hay una explicación coherentemente amorosa y teológica que valide, de alguna forma, la crítica situación pandémica que vivimos en el dos mil veinte: el número indiscriminado de muertes y la propagación incontrolable de la enfermedad.
Los creyentes se encuentran en una situación de por más interesante y, recordando lo sucedido en la Peste Negra, podemos ver a dos grupos de fieles: los que se refugian intensamente en su dios o quiénes deciden vivir la vida como si fueran los últimos días, recurriendo a los excesos.
Pero ninguno nos da la repuesta a la pregunta de este artículo: ¿dónde está dios?
Dios no está en ninguna parte.
No me mal entiendas si eres creyente. No estoy ni pretendo anular tu postura o creencia, el debate teológico es para otros sitios dentro de este blog. Mi respuesta va un poco más allá, apelando al lado humano de la humanidad (valga la redundancia).
Hoy más que nunca estamos siendo testigos en occidente de algo culturamente está arraigado en oriente: el pensamiento colectivo. La propagación de la primer pandemia del siglo veintiuno se potencializa cuando no nos cuidamos unos a otros, cuando no nos quedamos en casa y, siendo portadores quizá sin saberlo, esparcimos el virus porque pensamos en nuestro derecho a la libertad de tránsito y no, en el cuidado al prójimo (algo, por cierto, muy religioso).
Dios, el dios abrahámico o cualquiera otra deidad, no va a bajar del cielo a resolver los problemas mundiales. Jesús no va a convertir el agua en vacuna contra el coronavirus. Ni mucho menos Mahoma recitará un verso para detener la pandemia.
No.
Somos nosotros, como humanidad, los responsables de nosotros y, seremos nosotros, trabajando conjuntamente, quiénes lograremos vencer, como siempre lo hemos hecho, a esta u otras epidemias de la historia.
Imagen | Pixabay
2 Comments
2 junio, 2020
Sin lugar a dudas, Dios está en cada uno de nosotros y nosotras, no solo desde un punto de vista individual sino, al formar parte de un colectivo que comparte tu visión o creencia, de allí que se pueda crear una realidad en la que “Dios” forme parte central de la misma, de otra manera estarás solo, sin creencia y preguntándote ¿dónde está?
3 junio, 2020
Sí. Sin duda creo que la clave radica en crear una “comunidad” (Iglesia-asamblea, eso significa) que no solo te permita compartir una visión sino proyectarla con el mundo. Creo que si logramos que, quiénes creen, vayan más allá de la creencia, podremos tener un mejor lugar dónde vivir. Saludos. Gracias por comentar.