El once de febrero de 2013 fue una fecha histórica para el catolicismo. Ese día, de forma totalmente sorpresiva, el Papa en turno, Benedicto XVI, anunciaba al mundo su renuncia al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro; es decir, renunciaba voluntariamente a ser Papa.
Su discurso fue pronunciado en latín, poniendo así, aún más, un halo misterioso entre sus oyentes. El planeta sucumbió, era algo histórico en la era moderna del catolicismo ya que solo había sucedido hasta entonces solo cuatro veces y, todos los fieles, estaban acostumbrados a ver morir al Papa pero no a ver renunciar a uno.
Mucho se especuló en su momento. Mucho se ha escrito desde entonces. En el bLog de miguE se ha hablado de Joseph Ratzinger (y se seguirá haciendo) pero, sin lugar a dudas, su acto ha marcado un antes y un después en el Vaticano.
Hoy, a siete años de la Renuncia del Papa, ¿qué ha pasado?
Francisco le ha dado una imagen fresca al papado. El pontífice argentino, aunque ha tenido algunos deslices, ha sabido presentarle al catolicismo un líder atractivo y atrayente de las masas. Algo que, en los ocho años de Benedicto XVI, fue difícil de conseguir.
A nivel teológico la cosa no ha sido fácil. Si durante el gobierno del papa alemán la doctrina era el eje central de su ministerio, con Francisco y su tendencia al populismo, se ha levantado ampolla entre la jerarquía más tradicional.
Pero no solo en Roma se encuentra el problema.
La diferencia de formas es tan evidente que incluso Netflix dejó entrever lo que mucha gente malamente cree: que Ratzinger es un papa cerrado y que Francisco es un pontífice reformador.
La verdad no tiene tantos tintes novelescos.
Los dos papas (Netflix, 2019) -mi crítica muy pronto- son, sin duda un reflejo social de la percepción del mundo acerca de lo que pasa dentro del Vaticano. Una percepción que se potencializó con la publicación del libro Des profondeurs de nos coeurs (Desde el profundo de nuestro corazón) en el que, supuestamente, el Papa Emérito se oponía a la reforma propuesta de Francisco acerca de la ordenación de sacerdotes casados en las zonas aisladas del Amazonía.
Días más tarde todo se aclaró pero el daño estaba hecho. El mundo sigue -y seguirá pensando– que el papado está divido en dos: tradicional y “reformista”.
Para Francisco tener la sombra de Joseph Ratzinger a un lado no es fácil. Su vecino, aún vivo, es un teólogo con gran peso entre los estudiosos y apegados a la tradición. Y se sabe que reformar siempre es un proceso doloroso.
Las lecciones siguen y seguirán porque la Iglesia Católica aún, siete años después del gesto que hoy recordamos, sigue aprendiendo a vivir con dos Papas: tan diferentes y únicos pero que, sin duda, enriquecen la fe, desde su particular forma de ser, de sus fieles.
Imágenes | Instituto Acton, El País