Leyendo una crítica/opinión sobre “Los dos Papas” (Netflix, 2019) –tengo mi crítica pendiente– me encontré con una frase que me llamó particularmente la atención, y en la que quisiera profundizar:
[…] las religiones no pueden ser vistas
solo desde el aspecto teológico, sino también político […]
¿Qué quiere decir esto?
Cuándo Aristóteles dijo que el hombre es un animal político –ζῷον πoλιτικόν- a lo que se refirió fue que nosotros somos seres que vivimos en sociedades organizadas, que somos, per se, seres sociales.
Por ende la religión (más no la religiosidad, que es una experiencia subjetiva e introspectiva) es un fenómeno social y político con muchos matices y lecturas.
No podemos nunca separar a las Iglesias u organizaciones religiosas de la vida política; entendiendo esto último no en el plano Estado sino, en cómo se organiza y vive en sociedad.
Así pues, alguien con una religión experimentará no solo una vivencia personal sino que ella marcará su vida con el entorno. Por más que se quiera tener una experiencia monacal, estamos en sociedad y ello conduce, se quiera o no, a experimentar lo intrascendente -léase dios- como un elemento que convive y vive en el mundo real; no de una forma mística sino, como digo, por medio de la experiencia personal de cada creyente hacia con los demás.
¿Y qué nos queda?
El quitar un poco la aureola celestial con la que muchas veces etiquetamos a todo lo que tiene que ver con la religión: dícese un pontífice, los fieles o el dogma mismo.
La religión parte del anhelo humano de la trascendencia, es decir, va de lo humano a lo divino, y por tal, al tener un origen “terreno”, lo político (propio de la naturaleza humana) no puede dejarse de lado.
Teología y política van de la mano. La primera explica cómo es la experiencia con la divinidad mientras que, la segunda, nos lleva a vivir esa experiencia en sociedad.
Y aquí será, dónde de verdad, el creyente podrá -y deberá- trascender “su experiencia” personal al amor fraternal.
Imagen | Pixabay
La frase que cito, la leí aquí.