¿Existe la inmortalidad? No. ¿Existirá algún día? Quizá… o al menos, tal vez, de alguna forma –refugiándonos en la ciencia ficción– que actualmente no conocemos o imaginamos. Claro, todo eso no deja de ser un juego mental pero, quizá, algún día, logremos alcanzar como humanidad ese sueño dorado…
Quizá.
Pero mientras tanto, la realidad, es que todo ser humano que nace invariablemente va a morir algún día. Tarde que temprano. Ya sea por motivos naturales -envejecimiento-, como consecuencia de alguna enfermerdad o, en el peor de los casos, víctima de un accidente.
Y es entonces dónde la religión, sobretodo, hace su aparición buscando consolar a nuestro ego, o esa necesidad tan humana de querer seguir estando presente. Nos cuesta mucho desprendernos de las cosas -o las personas- y, como seres finitos, tendemos ontológicamente a lo infinito.
Lejos de profundizar en la tanatología de las religiones o espiritualidades, una labor que tocaré en otros artículos, quiero ahondar en algo quizá más profundo.
Como comento, la principal base de toda explicación sobrenatural (espiritual) de la muerte es el anhelo de perpetuidad. Tanto el que va a morir, con el miedo inherente a ello, como sus seres queridos, buscarán siempre el consuelo de saber que existe algo más.
Que morir no es el fin, que hay algo más allá que hace que haber vivido valga la pena.
Y es normal. Muy humano, de hecho. Pero dentro de esta mezcla de sentimientos, miedos y deseos, existe algo que muchas veces no pensamos al estar inmersos en el dolor, la tristeza o angustia:
Sí existe una vida más allá de la muerte.
No basada en lo sobrenatural sino en algo tangible. Podemos vivir, eternamente, en el recuerdo o en las personas a las que logramos transmitirles un poco de nuestra impronta.
Pensemos en esas figuras históricas de las que hablamos a pesar de los siglos: Leonardo, Virginia, Shakespeare, Napoleón, Curie, César… son, sin duda, personas que dejaron una huella en la humanidad y de las que, mientras existamos, existirán en el colectivo.
Sí. Me podrás decir, amable lector, que ellos son grandes hombres y mujeres que forman parte de la historia universal y que, aspirar a marcar época es poco menos que epopéyico pero no tenemos que descubrir un nuevo elemento o contruir un imperio para seguir viviendo para siempre.
Tan solo basta en dejar huella, una buena por supuesto, en las personas con las que convivimos día con día. Con nuestros amigos, familia, enemigos, compañeros, vecinos, es decir, con todo aquél que se cruce en nuestro camino a lo largo de los años que vivamos.
Si lo logramos, vivir habrá valido la pena ya que lograremos la inmortalidad de vivir en los vivos para siempre.
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