El bLog de miguE suele hablar de temas atemporales ya que la intención del mismo es ser una bitácora de asuntos religiosos y sociales no en la estructura tradicional de los blogs sino en una especie de testamento y testimonio virtual.
Pero éste artículo -del once de febrero de dos mil trece– sin duda es una histórica excepción a la tradición del bLog de miguE por la importancia del asunto que trataré.
Benedicto XVI sorprendió al mundo el lunes once de febrero –de dos mil trece– [a las cinco am aproximadamente hora de México] cuando la Santa Sede confirmaba una noticia desde hace mucho tiempo rumorada: la primer renuncia, en la era moderna de la historia de la Iglesia, de un pontífice.
Fiel a su conocido perfil de tradicionalista emitió un comunicado, de viva voz, a sus cardenales, en latín, en donde aseguró que ya no tiene las fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.
Lo anterior, sin duda, contrasta inmediatamente con la vida de su antecesor –Juan Pablo II– quien por más de una década experimentó un pontificado sumido constantemente al viacrucis de un sin fin de enfermedades.
Para el pontífice alemán, en un mundo que está sujetó a rápidas transformaciones –y de gran relieve para la vida de fe– se necesita de un líder que tenga, además de un espíritu fuerte, vigor en su cuerpo.
Dicha energía, reconoció el alemán, es algo que se encuentra disminuida y por ende se reconoce incapaz de ejercer adecuadamente el ministerio que se le encomendara en abril de 2005.
No es la primera vez que un papa renuncia aunque las cuatro ocasiones anteriores estuvieron marcadas por momentos tensos y complicados tanto en el mundo como al interior de la Iglesia.
El primero de ellos fue Clemente I, en el lejano siglo segundo. Unos años después, en el 235, el papa Poncio -o Ponciano– le siguió los pasos.
Posteriormente fue Celestino V, en 1294, quien dimitió de la silla pontificia para finalmente, antes de Joseph Ratzinger, también renunciar al cargo eclesial más elevado Gregorio XII en 1415.
Sobre las causas y las circunstancias [además de las fechas exactas] de la renuncia de Clemente I se sabe poco aunque debemos de estar consientes que en esas fechas tanto la feligresía católica como el poder del papa distaba mucha de ser lo que ha sido desde pasada la Edad Media.
Lo más probable es que Clemente I abandonará la barca de Pedro al saberse que iba a ser desterrado así previendo privar involuntariamente a los fieles de su pastor decidió renunciar al cargo.
Por su parte Ponciano, fallecido en el 235, se apartó de la silla petrina en busca de permitir acuerdos entre diversas fracciones que disputaban el poder.
Trasladándonos ya al siglo XV, Gregorio XII vivió en medio del conocido Cisma de Occidente durante el cual al menos tres personajes se reconocían como auténticos papas pugnando entre sí legitimidad de su poder.
Luego del Concilio de Constanza [de 1414 al 18] el papa Gregorio XII prefirió abandonar la lucha. Celestino V sí puede presumir de haber sido, antes de Ratzinger, el único de los cinco –ya contado a Benedicto XVI- que renunció a su puesto por decisión propia, libremente y por razones espirituales.
Celestino V, de nombre de pila Pieteo di Morrone, fue un monje, ermitaño y habitante de una cueva que fue elegido –forzadamente– en el año de 1294 papa intentando desbloquear a una Iglesia que se encontraba sumida en un cónclave de veintisiete meses de duración.
Duró cinco meses en la silla de Roma en los que vio que la loable intención primaria que tuvo resultaba marcadamente estresante para un hombre acostumbrado a vivir alejado, literalmente, de la civilización. Así pues, renunció, tal cual Ratzinger, en busca de una vida tranquila y relajada.
La renuncia de Joseph Ratzinger a uno de los puestos más poderosos del mundo se contempla dentro de la legislación de la institución de la que dimite [el Código de Derecho Canonico].
En el capítulo primero, sección primera, de la segunda parte de dicho documento, en el canon trescientos veintitrés, apartado dos, se lee:
Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.
Así pues, al haber comunicado formal y oficialmente su renuncia no se necesita de nada más para que ésta sea válida ya que nadie está sobre él [dentro de la organización religiosa] y por ende ninguna persona debe de aceptar o rechazar su renuncia.
Como comenté al inicio del artículo, y se pudo constatar por las inmensas y millonarias reacciones que hubo tanto en la web como en el mundo real, la decisión del pastor alemán es sino histórica, sí sin precedentes en cuanto al impacto global de la misma.
Pero la pregunta del millón es: ¿por qué renunció el papa?
Él ya lo había dejado entrever en una entrevista –hecha libro– que se le realizó en el dos mil diez aunque un año después, y con los antecedentes del papa polaco que le antecedió, la idea -oficialmente en el Vaticano- era más un rumor que una verdad a punto de ser confesada.
Curioso que el teólogo alemán decidiera hacer pública su decisión dos días antes de iniciar la Cuaresma -que antecede a la fiesta litúrgica más importante del ente católico- y en el día en que se celebra a la virgen de Lourdes, -sus apariciones- patrona de los enfermos.
La versión oficial es que ya no tiene fuerzas físicas y que, aunque no hay una enfermedad, su médico le recomienda vivir una vida menos ajetreada y, por ende, relajada.
Pero hay otras cosas que, si bien no salen libremente a la luz, sí son conocidas.
El dos mil doce fue un año trágico para la Iglesia Católica y dicha tragedia comenzó directamente en su corazón: el Vaticano.
Además de los ya conocidos casos de pederastia sacerdotal y el lento actuar de la institución en el siglo XX por órdenes de Juan Pablo II y ejecutadas por el entonces cardenal Ratzinger, lo que pudo ser una etapa negra bien controlada se convirtió en un escándalo muy difícil de tratar y manejar.
Ya en el poder, Ratzinger convertido en Benedicto XVI, comenzó una limpia muy discreta y efectiva tanto de sa-cerdotes como de obispos y cardenales que ensuciaban el nombre de la institución que se asegura fue fundada por Jesús en el siglo I.
Él, Joseph Ratzinger, era consciente desde hace mucho tiempo que dentro de la institución religiosa las cosas estaban mal: lavado de dinero, corrupción, complots, entre otras cosas que en el dos mil doce serían, para desagrado de la jerarquía romana, del conocimiento público.
Curioso lo que Benedicto XVI escribiera en 1977 siendo todavía un joven aspirante a teólogo:
La Iglesia se está convirtiendo, para muchos, en el principal obstáculo de la fe. No consiguen ver en ella más allá que la ambición humana del poder, el pequeño teatro de hombres que, con su pretensión de administrar el cristianismo oficial, parecen en general obstaculizar el verdadero espíritu del cristianismo.
Retornando al dos mil doce, las filtraciones hechas en el caso Vatileaks hicieron, de cierta manera, tambalear a la institución milenaria; quizá no tanto en impacto mediático y de influencia social –la organización siguió viva– pero sí dentro de los cargos de poder.
El mundo, luego de las centenas de documentos extraídos del mismísimo escritorio del pontífice miraron con ojos muy diferentes al Vaticano, a sus instituciones y, sobretodo, a los poderosos dentro de la institución.
Sería inagotable hablar sobre tanta cosa revelada pero lo que sí es un hecho rápido de comentar es que en la información filtrada vimos -quienes la leímos- una institución lejana a los pilares de amor que descansan en el Nuevo Testamento.
Y Ratzinger, aunque involucrado en la suciedad que revelaban los documentos, trató de cierta manera y de varias formas de enmendar a la organización que hasta entonces dirigía.
Evidentemente eso -su proceso de limpiar a la Iglesia- no fue visto con buenos ojos por muchas personas dentro de la sede pontificia y, en menor y mayor medida, aunque él -Ratzinger- ejercía oficialmente el poder en la organización eran otros realmente quienes tenían, literalmente, el sartén por el mango.
Con su renuncia, efectiva el veintiocho de febrero [de dos mil trece] a las veinte horas [de Roma] todo su, por así decirlo, gabinete de gobierno queda automáticamente fuera de funciones quedando el gobierno temporalmente de la Iglesia y del Estado Vaticano en manos del Consejo Cardenalicio -que él, Ratzinger, limpió- hasta la elección, vía cónclave, del sucesor del papa dimisor.
Joseph –con cariño– pudo seguir en el cargo intentando luchar por limpiar -todavía le quedaba mucho por enmendar- a la organización pero se cansó de una pugna casi solitaria y en donde lejos de alcanzar su objetivo sería lentamente devorado por los lobos que él intentaba cazar.
El cansancio, la humildad para renunciar al poder, su avanzada edad y demás argumentos que leemos como excusas oficiales en los diversos medios católicos no son más que una manera diplomática, a mi parecer, de tratar el tema.
Benedicto XVI es inteligente al renunciar. Prefiere huir luego de un triste intento de reforma –estilo Vaticano II aunque en dimensiones estructurales– que ser tragado por una multitud de clérigos, con poder, que no quieren -desgraciadamente para la institución- renovar y cambiar las cosas turbias que acompañan a la Iglesia católica del siglo veintiuno.
Lo anterior, amable lector, es al menos mi lectura, interpretación e hipótesis personal de los hechos.
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