Jesús de Nazareth, a quien se le reconoce como el Mesías para los cristianos, no fue el único que durante el poderío romano en Israel intentó convencer a sus contemporáneos de que él era el Hijo de Dios; hubo otros que no supieron hacer llegar su mensaje a las personas debidas ocasionando que su fama fuera efímera y opacada frente a la figura de “el hijo del carpintero”.
Apolonio de Tiana fue famoso en su tiempo. Nació aproximadamente en el año 4 a.C. en lo que hoy en día es Turquía. Propuso un mensaje de paz y logro tener un número importante de seguidores; realizó milagros no explicables por la razón de sus fieles y luchó verbalmente contra quienes oprimían al pueblo; curó enfermos, revivió muertos pero fue juzgado por el tribunal romano desconociendo actualmente el paradero de su cuerpo.
El nacimiento de este mesías tuvo también sus peculiaridades: se decía que su madre tuvo un sueño durante el cual quedó embarazada. Fue discípulo de Pitágoras, vegetariano, caminaba descalzo, se inclinó por el ascetismo y por quince años se mantuvo mudo como penitencia. Al morir su padre dio muestra de humildad donando toda –su basta– herencia. Recorrió parte importante del Oriente y del Mediterráneo; acabó con una plaga en Éfeso, en Corinto exorcizó, profetizó a los futuros emperado reyes babilónicos y en Roma resucitó a una mujer. En Italia fue detenido por conspirar contra Domiciano, emperador, y por sacrilegio.
Se dice que Apolonio vivió hasta edad avanzada y que en lugar de morir subió al cielo acompañado de un coro celestial; a pesar de sus logros nunca logró tener la fama de Jesús de Nazareth. El fracaso se cree fue por falla en su mercadotecnia: el mensaje y su misión fue enfocada a los ricos de la época, Jesús supo surgir en poblados pobres, en la mayoría.
Simón el Mago es otro personaje contemporáneo a Jesús, incluso es mencionado en los Hechos de los Apóstoles: “Había en la ciudad un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria, la gente decía que él era el poder de Dios”. (Hch 8, 9).
Nació en Samaria pero logró viajar hasta Egipto y Roma; los estudiosos concluyen que era rival de Jesús por ser mencionado de mala manera por el Nuevo Testamento.
Los seguidores del Mago creían que era el mesías señalado por los profetas hebreos; él difundía que había dos reencarnaciones vivas de dios; Simón afirmaba que él era la potencia de dios, el dios hombre, mientras que el pensamiento de dicha deidad era la mujer mesías, Elena, quien siempre le acompañaba y que –curiosamente– fue rescatada de un prostíbulo significando que lo que caía en pecado, si recapacitaba, podría ser agradable a los ojos de dios.
Al ver el aumento del cristianismo en popularidad buscó –nos dice el Nuevo Testamento– comprar los dones que eran infundidos por Pedro por medio del Espíritu Santo gracias a la imposición de manos en la cabeza. Pedro se enfrentó culpándole de pecador y blasfemo; es gracias a este hecho que se acuñó el término simonía como el intento de comprar los bienes divinos.
En los hechos de Pedro –apócrifo– se narra que el Mago retó a Pedro argumentando que era más poderoso que su mesías; Simón el Mago incluso levitó a la vista de todos; mientras esto sucedía Pedro se puso en oración pidiéndole a Jesús que acabara con él; esta oración fue eficaz ya que ocasionó que el Mago cayera al suelo y se rompiera la pierna restándole así credibilidad al supuesto impostor.
En el 132 surgió otro mesías pero éste predicaba el levantamiento armado contra sus opresores. Simón bar Kokhba se ganó, para muchos judíos, el derecho de ser llamado mesías por cumplir más claramente las profecías al intentar, por la guerra, librar de la opresión a Israel.
Cuando el emperador Adriano construyó un altar pagano donde había estado erguido el Templo de Jerusalén provocó la rebelión de los israelitas encabezado por bar Kokhba que vieron el hecho como una profanación. En esta revolución el nuevo mesías tuvo éxito ya que logró exterminar a una legión romana liberando la capital hebrea de la ocupación romana ocasionando una marcada tendencia mesiánica hacia su persona. Simón se declaró príncipe de Israel y sus seguidores tenían la certeza de que él era el mesías esperado; poco después su fama se exterminó al ser cruelmente derrotado por Roma.
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